Crítica: Los Agentes del Destino

Emily Blunt y Matt Damon protagonistas de Los Agentes del Destino

Es el sueño de todo escritor de novelas hecho realidad, el encontrar una historia de amor en donde sea imposible la felicidad de los protagonistas. Lo  que al principio intenta ser ciencia ficción,  termina en fantasía al puro estilo de las teleseries románticas. Lo anterior no lo digo para desilusionarlos, al contrario, la historia de amor entre la pareja está tan bien fundamentada que deja atrás cualquier error que comete el guionista.

Los planteamientos del libre albedrío son principios filosóficos que han sido debatidos desde que la humanidad tiene razón y la cinta juega con las ideas disfrazándolas con la aparente existencia de un bureau de más alto nivel encargado en cumplir el «Plan». ¿De quién? No especifica , se nos deja a nuestra imaginación especular de quien se trate, lo cierto es que ha contratado a un grupo de burócratas que no escuchan razones y se limitan a cumplir lo especificado.

El siempre confiable Matt Damon le da vida a un político que por circunstancias del azar conoce a la bella Elise (Emily Blunt) en uno de los lugares menos indicados. Ellos se supone que no deben de enamorarse y estar juntos por siempre, así que los seres que se encargan de hacer cumplir nuestros destinos hacen todo lo posible para destruir su amor. De eso se trata toda la historia, de ahí en adelante nos vemos envueltos en una serie de conversaciones que  explican los motivos , el funcionamiento de los agentes del destino y un rollo mareador que el mismo Morfeo de Matrix estaría orgulloso.

Está película se salva de ser un fastidio por la pareja de actores que nos venden una romance de esos por los que lucharías contra todo el universo con tal de estar juntos. Tan bien hicieron su trabajo que al final estaba emocionado porque lograran arruinar el plan de los ineptos villanos.

El director George Nolfi nos mantiene atentos con una serie de persecuciones constantes, que para mi asombro no me fueron repetitivas, en verdad que es de esas pocas ocasiones que he disfrutado tanto ver la cinta que dejas a un lado lo ridículo que es abrir puertas, usar sombreros, huir bajo la lluvia; reglas que al parecer fueron elaboradas para vencer a los agentes. Todo gracias a que te importa el destino de los carismáticos protagonistas.

El desenlace lo veía venir desde que se planteo el problema, algo tan burocrático que da risa la representación de que seres tan celestiales sean organizados en  edificios, con oficinas y hasta escritorios.

Ahora sí que me deje llevar por el entretenimiento y lograron cautivarme con una historia de amor de libro de texto.