Crítica: Rápidos y Furiosos Sin Control

Contra todos los pronósticos, como si las otras cuatro películas hubieran servido de aprendizaje para entender que funcionaba y que desterrar al olvido. Esta nueva versión resulta ser una de las mejores de la serie.

Por supuesto que no podía faltar Vin Diesel y Paul Walker de nuevo con sus icónicos personajes que han marcado sus carreras como actores. Por más que ambos han querido explorar otros caminos, regresan al proyecto que les dio la fama. Llamémosle suerte o malas decisiones en su anteriores proyectos; pero lo que al principio se vió como un intento de no desaparecer del radar de Hollywood y también obtener algún ingreso, resulta ser un recordatorio de que es posible que tengan futuro.

La trama aspira a  ser una versión alterna de «Ocean’s 11»  (sin el exceso de actores de renombre que asfixia) al reunir a personajes anteriores del resto de la saga, como forma de justificar la continuidad en la historia de los protagonistas y en cierta forma validar el pasado. La apuesta funciona gracias a una dirección eficiente de Justin Lin que permite a cada uno de los actores en su momento crear un ambiente de compañerismo que se transmite en la pantalla (nada fácil en estos tiempos). Hasta la introducción de Dwayne Johnson como un agente federal que ayuda a mantenernos a la expectativa al ser un formidable villano para nuestros héroes, ofreciendo algunos diálogos cómicos y una actitud de querer terminar el encargo lo más pronto posible.

Lo interesante de la propuesta es que abandona la fórmula establecida de ofrecernos carreras de autos tuneados, inclusive cuando existe la oportunidad se nos da entender el resultado, pero nunca llegamos a ver en pantalla los arrancones. Ahora la película esta más enfocada en brindarnos acción a través de persecuciones que hasta involucran brincar sobre las azoteas, balaceras, luchas a muerte y una que otra persecución en auto. Por supuesto que no se toma en cuenta la veracidad de los efectos de la gravedad o las probabilidades de sobrevivencia a un salto de casi 100 metros en un carro en movimiento a 150 kilómetros por hora y caer a un río como si nada hubiera pasado. Se los llegamos a perdonar porque nos entretiene y hasta eso los personajes nos llegan a simpatizar tanto que ni nos preocupamos de que tenga sentido lo que estamos observando.

Otro punto a favor es el uso de las locaciones que se hacen pasar por Río de Janeiro, (¡Otra vez esta ciudad!) que nos brindan novedad y excusa a la vez para tener a un mafioso brasileño declamando discursos de grandezas. Es entendible la elección de este lugar, al no ser tan explotado en el cine.